Translate

domingo, 29 de junio de 2014

Fragmento de Hillock Park

                 

                                    FRAGMENTO   DEL   CAPÍTULO   IX







      Mientras pronunciaba esas palabras, escuchó una voz que lo llamaba y, al girarse, pudo ver que Doyle se acercaba a caballo hacia ellos.


–En la oficina me han dicho que acababais de marcharos –dijo el recién llegado mientras desmontaba.



      Luego saludó a Sarah con un leve gesto de cabeza y, aunque ella sí le deseó buenos días, él la ignoró enseguida y mencionó al señor Tyler algo sobre los libros de cuentas. Hizo un ademán que indicaba a sus amigos que los requería en otro lado, pero el señor Tyler señaló a Sarah y dijo:


–Supongo que el tema podrá esperar hasta que dejemos a la señorita Larson con su familia, hemos prometido acompañarla y me temo que la aburriríamos con una conversación de negocios.


–No se preocupe por mí, señor Tyler, puedo continuar sola, mi presencia no debe inmiscuirse en la urgencia de los negocios del señor Doyle –respondió ella fingiendo indiferencia a la desatención de él. Pero el ánimo de Sarah estaba agitado. No sabía si atribuir la frialdad de Doyle a su carácter cambiante o al rencor por lo sucedido dos semanas atrás. Hacía tiempo que dudaba sobre cómo reaccionaría él cuando volvieran a encontrarse, pero no había acertado a decantarse por ninguna opción. Ahora ya lo sabía. Su amabilidad había sido efímera.


–Los negocios nunca son urgentes –rechazó el señor Tyler.


–Claro que no, John –lo apoyó el doctor Fischer–. Y yo necesito caras conocidas para no sentirme fuera de lugar en la cena del señor Friedman. No me prives del mejor conocimiento de una de ellas.


–¿Vas a cenar con Friedman? –preguntó molesto, pero no esperó respuesta ante la redundancia de sus palabras–. Señorita, Larson –se dirigió a ella por fin Doyle-, ya conoce mi naturaleza. Le ruego que apele a ella para disculpar esta descortesía.


–No siento una descortesía que usted considere que puedo caminar sin escolta. En este caso, pensamos igual, señor Doyle –respondió ella.


–No sabía que conociera al señor Friedman –dijo él sin hacer caso a su sentencia.


–El señor Friedman tiene un carácter abierto y se ha esforzado en hacer relaciones desde que llegó a Danford.


–No lo pongo en duda –contestó él.


–Me han dicho que será una cena concurrida –intervino el doctor Fischer–. Celebra el cumpleaños de su hermana y ha puesto mucho esmero en ello. 


–Así es y, en lugares como este, tan limitados, cualquier evento social es bien recibido –añadió Sarah.


–No creo que Danford pueda considerarse un lugar limitado, señorita Larson –se opuso el doctor Fischer.


–Pero reconoce que así podría pensar alguien que viniera de una gran ciudad.


–En general, la gente de gran ciudad también suele moverse siempre en el mismo entorno, señorita Larson –objetó el médico–. Aquí, al menos pueden escapar con paseos por el campo o los bosques, no creo que yo tenga la sensación de una vida limitada en Danford.


–Pero usted es de carácter amable y, como hombre de ciencia, está abierto a experimentar antes de emitir un veredicto. No pensaría igual una persona que se tiene a sí misma por razonable, pero tiende a etiquetas y convencionalismos a la hora de juzgar la vida de los demás.


        El doctor Fischer, al igual que el señor Tyler, tuvo la sensación de que esta conversación no iba con él y empezaba a pensar que entre la señorita Larson y su amigo había una relación que no estaba del todo clara. Los dos miraron a Doyle.


–Cuando la señorita Larson está predispuesta a sentirse ofendida, ni la amabilidad ni los argumentos pueden cambiar su opinión –explicó Doyle a sus amigos con tono cáustico.


–Se equivoca usted, señor Doyle, si cree que sus palabras pueden ofenderme. Me tengo por menos vulnerable de lo que usted ha expresado en mi retrato. 
-Puedo asegurarle, señorita Larson, que en este caso hablo desde la experiencia, aunque no sea yo un científico. 



viernes, 27 de junio de 2014

Doyle

      ¿Qué opináis de Jonh Doyle? ¿Os recuerda a algún personaje de otros libros? ¿Cómo os lo imagináis? ¿Os gustaría conocerlo?

       Estaré encantada de recibir vuestras opiniones, también las negativas.





miércoles, 25 de junio de 2014

El ferrocarril




     
  En 1830 se inauguró la primera línea de ferrocarril interurbano, la línea entre Liverpool y Mancherster. La vía utilizada era del mismo tipo que otras anteriores, como la del ferrocarril entre Stockton y Darlington. Su ancho era de 1.435 mm, actualmente conocido como ancho internacional ya que es utilizado por aproximadamente el 60% de los ferrocarriles actuales. El mismo año se inauguró el primer tramo de la línea entre Baltimore y Ohio, la primera en unir líneas individuales en una red.
  En los años siguientes, el éxito de las locomotoras de vapor hizo que las líneas de ferrocarril y las locomotoras se extendieran por todo el mundo.
  La aparición del ferrocarril supuso un impulso para la industria, no solo la siderúrgica y la metalúrgica, sino también para las demás porque facilitaba el comercio. La situación de los trabajadores cambiaba también muy rápidamente y sus condiciones laborales eran pésima, por los que hubo muchos movimientos sociales para tratar de lograr alguna mejora. 

domingo, 22 de junio de 2014

Vuestra opinión de Hillock Park

    ¡Sigo encantada y agradecida con la gran acogida de Hillock Park! Ahora tengo ganas de comentar con vosotros no solo los pormenores de la historia de amor entre Sarah Larson y Jonh Doyle, sino también sobre la situación de las clases obreras durante la revolución industrial.

    Espero ansiosa vuestros comentarios. ¡Un abrazo!





sábado, 21 de junio de 2014

Gracias por la acogida

    
      Me siento muy agradecida por la buena acogida que está teniendo Hillock Park entre vosotros. Espero poder leer críticas pronto, para poder mejorar en los sigueintes escritos.¡Un abrazo y mil gracias!

jueves, 19 de junio de 2014

Fragmento del capítulo III



Si el señor Doyle estaba en Danford, no necesitaría averiguar su dirección en Leeds ni trasladarse allí, pues su intención no era otra que hablar con él. Recibió una respuesta afirmativa. Sarah pidió que lo avisaran, pero el recepcionista se limitó a indicarle en qué habitación podría encontrarlo. Sarah dudó. No era decente que una dama entrara sola en la habitación de un hombre, pero enseguida pensó que lo más probable es que el señor Doyle estuviera acompañado del señor Tyler. Con esta certeza, subió al segundo piso y llamó a la habitación que le habían indicado. Estaba nerviosa y aquellos segundos se le cayeron encima. Por fin la puerta se abrió. Ante ella apareció un hombre más joven de lo que hubiera esperado y que, a pesar de que fruncía el ceño y no disimulaba su disgusto por ser interrumpido, tenía un porte elegante. Unos ojos penetrantes destacaban sobre una nariz aguileña en un rostro endurecido prematuramente. La mirada rígida que le dirigió hizo dudar a Sarah de la conveniencia de su visita y, casi sin voz, preguntó si era el señor Doyle.
Él asintió con un gesto y, aunque no la invitó a pasar, ella penetró hasta el recibidor. Temblaba, pero estaba decidida a no dejarse amedrentar.
–Me llamo Sarah Larson –dijo en espera de alguna reacción en el rostro de él, pero la mención de su apellido no le cambió la expresión–. Supongo que el señor Tyler le habrá contado...
–¿La manda el señor Tyler? –preguntó él.
Sarah calló. No sabía cómo abordar el tema. Sin pretenderlo, miró una silla y el señor Doyle comprendió que debía ofrecérsela. Ella se sentó, pero él permaneció de pie.
–No, no me manda el señor Tyler, pero pensaba que él estaría con usted y le habría hablado de...
–Acabo de llegar de Leeds. Aún no he podido entrevistarme con el señor Tyler –la interrumpió de nuevo–. ¿De qué debería haberme hablado?
–Edward Larson es mi primo –notó que él permanecía inmutable–. Supongo que recuerda al señor Larson –insistió.
–Sí, lo recuerdo –dijo sin mayor interés y, como si tuviera prisa por terminar con esa intromisión, añadió:– Y, ¿puedo saber a qué debo el honor de su visita?
Sarah notaba que en la solemnidad de su lenguaje no había afabilidad. Afortunadamente él también se acercó una silla y, más que acomodarse en ella, se apoyó en un extremo en una postura que no invitaba a permanecer así demasiado tiempo. Ella aprovechó el inciso para reponer fuerzas y decidirse a continuar.
–Mi primo le vendió Hillock Park, la casa de mi padre.
–Cierto. Parecía muy ansioso por deshacerse de ella –recordó.
–Lo que probablemente no sabía usted en esos momentos, o así me pareció entendérselo al señor Tyler, es que mi hermana y yo residimos en Hillock Park.
–Se equivoca usted, sí lo sabía, el señor Larson me informó de ello –la respuesta sonó tajante.
–¿Lo sabía? Y, aún así, ¿accedió a comprarla? –Sarah no pudo evitar que en su tono de voz hubiera un matiz de censura.
–Si no estoy equivocado, el propietario era el señor Larson. Creo que todo se ha efectuado dentro de la legalidad –se defendió él–. ¿Por qué no debería haberlo hecho?
–No se trata de legalidad, señor Doyle. Se trata de... humanidad –dijo ella con firmeza e imploración a la vez–. Si no fuera por mi hermana yo no me hubiera atrevido a venir hasta aquí.
–¿Qué le ocurre a su hermana? ¿Está enferma?
–No, no está enferma. Pero mi hermana adora esa casa. Ni ella ni yo contábamos con que fuera vendida –Sarah bajó el tono de su voz consciente de que debía parecer más modesta–. Señor Doyle, le ruego encarecidamente que revoque la compra que le hizo a mi primo.
–¿Por qué debería revocar el contrato? Por lo que yo entendí, ni su hermana ni usted se quedan en la calle –respondió él con voz de sorpresa.
–No, no nos quedamos en la calle porque nuestra tía, la señora Lorrimer, es tan amable de acogernos, pero Hillock Park es la casa en la que nos hemos criado, ¡toda nuestra vida está allí!
–Lamento que tengan una vida tan limitada, pero no puedo concederle el favor de devolver Hillock Park –respondió en tono jocoso al tiempo que se levantaba incomodado por esa demanda.
Sarah también se levantó y, aunque se sentía humillada en esta situación, imploró una vez más.
–Señor Doyle, ¿no habría la menor posibilidad de que nosotras le arrendáramos la propiedad? No podemos pagar mucho, pero...
–Señorita Larson, si ese es el motivo de su visita, no hace falta que malgaste más el tiempo de ninguno de los dos. Necesito Hillock Park –dijo como si más que de una afirmación se tratara de una orden–. Aunque usted me ofreciera el doble de lo que he pagado por ella, mi respuesta sería la misma.
El señor Doyle se acercó a abrir la puerta para despedirla. Sarah permaneció quieta y, con severidad, dijo:
–El señor Tyler me había comentado que usted era un caballero.
–¡Un caballero!  ¿Qué reacción esperaba de mí? ¡He pagado un precio justo por esa casa! ¿Acaso tenía alguna esperanza de que se la cediera porque dos señoritas se van a vivir con su tía? ¿Pensaba usted que, por venir aquí con sus mejores galas, yo me vería obligado a aceptar tan atropellada demanda por no sé qué caballerosidad?
Su mirada se clavó en la de ella y parecía que iba a vociferar. Pero enmudeció unos segundos que a Sarah se le hicieron eternos. Se supo estudiada y se sintió pequeña. Recordó su vestido rojo y su deber de luto, recordó que estaba en la habitación de un hombre sin otra compañía y que su conducta era inapropiada para una dama. Pero no se le pasó por la cabeza la idea de que él estuviera dolido por la ofensa al haber dudado de su caballerosidad.
–¿Acaso sabe usted algo de mí para decirme qué soy o qué no soy? ¿Acaso su primo, el señor Larson, es lo que usted considera un caballero? –mientras la interrogaba con una mezcla de sarcasmo y dolor, se acercaba a ella. Sarah tuvo miedo. Él se detuvo a una distancia todavía decorosa–. Me crié en una mina, señorita Larson, ¿cree que me interesa algo su concepto de caballerosidad? Dé un paseo por las explotaciones o las fábricas y dígame qué pinta en este mundo su caballerosidad. Mire el estado de la ciudad. ¡No! No es caballerosidad lo que aquí falta. Pretende usted conmoverme porque va a vivir con su tía –repitió– ¡Vaya desgracia la suya! –la exclamación no estaba exenta de mofa–. Desgracias son las que sufre cada día la gente que la rodea, que también son sus vecinos, de ellos debe conmoverse, aunque no se codeen en sociedad, y no de usted misma –era evidente que él trataba de ridiculizar su súplica–. Creo que, al lado de todo esto, debe considerarse una afortunada, señorita Larson.
–Está claro –reaccionó ella– que usted y yo no vamos a llegar a un acuerdo. No está en mi talante aceptar la demagogia como argumento –lo desafió.
Él se sintió nuevamente molesto. Caminó por el recibidor, respiró profundamente y luego dijo, con voz sorprendentemente serena:
–De momento no puedo dedicarme a Hillock Park. Debo afrontar otras ocupaciones más urgentes. Su hermana y usted pueden quedarse un tiempo. Las avisaré con la suficiente antelación para que puedan mudarse sin prisas. Mientras, ocúpense en hacer inventario de los muebles o ajuares que quieran quedarse y para los que no encuentren otra ubicación, los guardaré el tiempo que sea necesario. No puedo ofrecerle más.
–Su postura ha quedado muy clara, señor Doyle. Descuide, mi hermana y yo nos mudaremos esta semana. Hillock Park es suyo y nosotras no interferiremos en... la legalidad de la situación.

miércoles, 18 de junio de 2014

El origen de Danford








   Os presento a Dan, que es quien da nombre a la imaginaria ciudad de Danford.

lunes, 16 de junio de 2014

Hillock Park ve la luz

    ¡Qué emoción! Hoy sale a la venta Hillock Park. La ilusión de ver publicada mi primera novela es algo inefable, solo quien lo haya vivido puede entenderlo. Un libro es como un hijo, tiene mucho mío, pero ahora se independiza de mí y empieza a vivir su propia vida.
    La idea de escribir una historia de amor en un tiempo convulso de cambios sociales tiene mucho que ver con la situación que vivimos actualmente, pero a la inversa. Ahora estamos perdiendo todos aquellos derechos por los que tanto lucharon otros. El propietario de la otra mina de Danford, Friedman, debe su nombre a un economista que impartió clases en Chicago en los años 70 y que fomentó que distintos gobiernos aplicaran leyes de austeridad y privatizaran la sanidad, la educación, las pensiones y todo aquello que debería ser siempre del ámbito público (y gratuituo, y de calidad).
    Espero que la historia conmueva no solo por la tensa relación entre Sarah Larson y Jonh Doyle, sino también por todas las tramas secundarias que la acompañan.
     ¡Un abrazo a todos los lectores y bienvenidos!